martes, 31 de agosto de 2010

Ella vivía historias de película. De esas que se agarran muy fuerte en el estómago.

Desde que tenía 8 años sus ojos se hicieron aventureros. Andaba por la calle y se fijaba en esos detalles que para el resto del mundo pasaban desapercibidos. Fue así como un día, de repente (que es como ocurren las cosas buenas de la vida), sus ojos curiosos se posaron en él. Era un chico que no llamaba especialmente la atención pero su pulso acelerado le revelaba que aquel chaval no era alguien más, simplemente.
Vivían en el mismo barrio y lo veía cada cierto tiempo. Pasaron los años y nunca habían hablado. El tiempo, el azar o tal vez la forma de ser de ella le llevó a un grupo de amigos tan aventureros como ella. Por aquel entonces, Lola tenía 18 años. Siempre creyó en las casualidades y siempre decía que lo que más le gustaba de la vida era la capacidad que tenía de sorprenderla. Una noche Lola quedó con sus amigos, los cuales a su vez se trajeron a otros amigos. Y allí estaba él. El mismo chaval que tenía la capacidad de acelerarle el pulso o detenérselo en cuestión de segundos. Pero él ni la miró. No se fijó en ella. Ni un sólo segundo. Se sintió completamente anónima y pequeña. Comenzó a pensar que esto de los amores platónicos no era una buena idea. Y que el amor era un lujo que no podía permitirse.

Pasaron varios años sin que le volviera a ver. A veces lo veía de lejos, pero les tenía prohibido a sus ojos quedarse demasiado tiempo escrutándolo. Que luego el que se resentía era el corazón, y el pobre no tenía culpa ni espacio para más tiritas. Para Lola el verano era una época en la que ocurrían demasiadas cosas mágicas. Aquel verano cumplía 24 años. Habían pasado 16 desde la primera vez que vio a aquel chico. Los 24 años (o el verano) le trajeron varios amores de verano, de esos que terminan en la playa intentando resolver el mundo con las últimas gotas de alcohol revoloteando por la cabeza.

Sus amigos y ella decidieron salir para despedir el verano. Porque sí, aquellos meses se merecían un último homenaje por parte de todos. Se acabaron un par de botellas de ron en la playa entre todos y después fueron a bailar. El calor y el alcohol acentuaron la capacidad de Lola para encontrar aventuras y momentos únicos.  Subida a la tarima y bailando la típica canción del verano, lo vio. Allí estaba. Disfrazado de médico celebrando con sus amigos la despedida de solteros de alguno de ellos.



(Mañana la segunda parte)

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