lunes, 1 de febrero de 2010


Por un instante sentí que rocé el cielo. Es curioso cómo a veces puedes ver más cuando cierras los ojos. Y allí, estando en aquella terraza, sólo tuve que cerrar los ojos para creerme capaz de todo. Para no sentir este miedo que me inunda desde hace meses. No fue necesario sentir cerca el sonido de mi mar para encontrarme como en casa. Y es que las luces de Madrid tienen una magia capaz de envolver a cualquiera que esté entre sus calles.

El arte de la vida reside en encontrar la felicidad en las pequeñas cosas que los días nos regalan. A mí, en ese preciso instante, no me hacía falta nada más. Las luces, el frío y tu sonrisa.

Sí. De Madrid al cielo.

4 comentarios:

Espiritu Zen 2 de febrero de 2010, 0:33  

Y para qué más si eso suena genial.

Un abrazo

Luna Roi 2 de febrero de 2010, 11:43  

La felicidad no hay que buscarla. Está dentro de nosotros...

pintamonadas 2 de febrero de 2010, 15:04  

Madrid es magia, y yo estoy enamorada de la magia:)

Anónimo 2 de febrero de 2010, 22:11  

Hermoso, mi niña, como siempre.
Me arrancaste un suspiro :)