Fabricante de sonrisas

domingo, 10 de mayo de 2009

- Me llamo Olga.
- Encantado Olga. Yo soy Luis.
- Me habría gustado conocerte en unas circunstancias diferentes. Pero hace tiempo que comencé a pensar que las circunstancias nos escogían. Nosotros no somos capaz de tejer ese entramado.
- Tal vez tengas razón. Tal vez no. ¿A qué te dedicas, Olga?
- Soy fabricante de sonrisas. Llevo el sector centro de Madrid. Tengo otros tres compañeros en la Comunidad. Sergio lleva la zona norte (Majadahonda, la zona de la sierra...). Rocío lleva toda la zona sur (Móstoles, Fuenlabrada, Alcorcón...). Y Jaime y yo llevamos toda la capital. Desde el barrio de Lavapiés hasta la T4. Todo el centro.
- Ya... he oído hablar de vosotros. Pero, ¿una sonrisa se puede fabricar? Si se fabrica, ¿no pierde toda la frescura y la espontaneidad?
- Para nada. Las sonrisas espontáneas siempre existirán. Ahí nosotros no intervenimos. Nosotros lo que hacemos es provocar sonrisas cuando las personas comienzan a sentir que no hay un motivo en el mundo para enarcar los labios.
- ¿Cómo podéis saber cuándo llega ese momento?
- Todo es química... cuando nacemos nos implantan un chip. Ese chip nos aliza las 24 horas del día. Gracias a eso, sabemos cuándo faltan endorfinas por un motivo físico y contrastable o por un motivo psicológico. Cuando es por lo segundo, intervenimos. Somos sanadores del alma.
- Y luego dicen que la magia no existe... En alguna ocasión os he echado en falta... Ha habido veces en las que me ha costado levantarme de la cama. Así que imagínate cómo me costaba sonreír.
- Ya. Pero... ¿ahora cómo estás?
- ¡Genial! Veo un motivo para sonreír en cada rincón. Es formidable.
- Entonces... ¿cómo estás tan seguro de que nosotros no te ayudamos a salir de aquél pozo?
- Hmmm...
- Antes has dicho la palabra clave: magia. Siempre llevamos un maletín a cuestas. En ese maletín guardamos de todo: una canción antigua que trae buenos recuerdos, un olor de la niñez, un sueño hecho realidad, una antigua meta sin cumplir, un billete de ida, un número de la suerte, una foto en blanco y negro, una cita sorpresa, un encuentro inesperado... Cualquier cosa que puedas imaginar lo tenemos en nuestro maletín.

Se hizo el silencio. Silencio que no tardó en romperse cuando los motores del ascensor comenzaron a rugir en señal de que alguien lo había arreglado por fin. En la séptima planta, Olga se bajó.

- Ha sido un placer coincidir contigo, Luis.
- Lo mismo te digo, Olga.
- Ah, saluda a Susana de mi parte.

Las puertas del ascensor se cerraron y se dispuso a subir hasta la décima segunda planta. Luis se quedó perplejo. Susana... Algunos meses antes, Luis no encontraba ninguna luz en su camino. Estaba completamente perdido. Hasta que un día de intensa lluvia en Madrid, una extraña se coló en el taxi donde él iba.

- Perdona, está lloviendo muchísimo y no encuentro ningún taxi libre. ¿Te importa que me suba contigo?
- No... para nada. Disculpe caballero, llévenos donde diga la señorita...
- Susana. Me llamo Susana.
- Me encanta tu nombre. Yo soy Luis.


Aquel día, Susana salió del maletín de Olga.

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