lunes, 15 de noviembre de 2010



He estudiado cada una de tus maneras. La forma en la que escondes la mirada cuando mis ojos atropellan a los tuyos. He descubierto cómo el mar parece mucho más azul si lo miro desde tu terraza. Y cómo un rollo de pan con pavo y queso sabe mucho mejor cuando me lo preparas en tu cocina. He colonizado límites de mi imaginación jugando con tu lunar y he puesto mi velocímetro interno de 0 a 200 en apenas tres segundos... lo que tardan tus dedos en recorrer mi antebrazo (y tiemblo...). Porque me gustan los sitios que hemos explorado juntos, pero me enamoran los que aún nos quedan por descubrir. Y la hecatombe que se produce en mi pecho, apretándome tanto que apenas me deja respirar, hace que las palabras miedo, vértigo, cobarde... se tatuen en mi piel sin pedir permiso ni perdón. Qué le voy a hacer si soy una cobarde, si no soy capaz de tirarme a la piscina (y no por miedo a partirme de nuevo la clavícula... ese sería el menor de los dolores), si me quedo sin palabras cuando sonríes de medio lado. Por todo esto, amigo, cojo el sentido contrario a esta carretera. Sin rumbo fijo y con muy poco equipaje. Total, ¿para qué llevármelo todo si sé que antes o después volveré a poner tu risa como banda sonora a mis días? Aún nos quedan muchas horas azules por ver, amigo.

Pero hasta entonces... buenas noches, pequeño.

Dale al play

0 comentarios: