lunes, 16 de agosto de 2010

Ya no verás mi habitación. No verás el rojo de mis paredes. Ni el cuadro del Beso de Klimt que cuelga en una de ellas. Ya no te pararás a ver las polaroids que decoran ese rincón tan mío, ni leerás todas las frases que rodean mi puerta y que nunca te dije. Ya no sabrás qué carteles de películas cuelgan de mi estantería, ni cuántos archivadores tengo. Nunca verás mi lista de cosas por hacer antes de morirme. Ni el mapa de Nueva Zelanda con la ciudad de Auckland rodeada. Nunca verás lo grande que es mi armario y lo lleno que está de recuerdos. No verás mi reloj de Audrey Hepburn que hace tiempo dejó de marcar las horas, ni mi cuadro de algún café de París donde iré algún día. Ya no verás el tapiz que tengo por colcha, ni verás el brillo de mis ojos al contarte que me lo regaló una de las personas más importantes de mi vida un diciembre en Camden Town, Londres. Nunca sabrás lo que ven mis ojos cada vez que me asomo a mi ventana. Ya no nos tumbaremos en mi cama para callar a mis vecinos con nuestros orgasmos.

Alguien dijo que mientras no elijamos, todo es posible. Contigo, ya nada lo es. Ya he tomado mi decisión. Ya he elegido mi camino.


 Duró mientras fue un placer.

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