sábado, 5 de junio de 2010

Fuera estaba lloviendo. Pero dentro hacía tal clase de calor que las paredes empezaban a sudar. Con él hice del canivalismo mi filosofía de vida: me comía a mordiscos sus lunares, su cuello, sus caderas. Mis padres se habían ido aquel fin de semana. Teníamos la casa sola y las ganas acompañadas. Me senté encima de mi escritorio. Llevaba puesta la camiseta de él. Sólo la camiseta. Él me miraba desde la cama. Con una de esas miradas que, si te descuidas un segundo, te despojan hasta del alma.

- Martín, ¿en qué piensas?

Martín no respondió. Cogió el móvil y se puso a hacer algo con él. Un par de minutos después, sonó mi móvil. "Esta noche quiero que me lleves a las estrellas otra vez. ¿A qué hora me paso a buscarte?". Miré a Martín y le sonreí. Siempre hacía cosas como esa... Me recogí el pelo y apoyé la cabeza contra el cristal de la ventana. Seguía lloviendo. La lluvia se enredó con mis recuerdos de una hora antes. Con cada repiqueteo de las gotas contra el cristal, recordaba cómo hacía un rato llegué una y otra vez al orgasmo. Aquello no estaba bien y lo sabía. Pero me encantaba tanto todo lo que rozaba lo prohibido...

Era noviembre. Aún no hacía demasiado frío. Me encantaba poder estar sólo con su camiseta sin miedo a empezar a tiritar. Me encantaba tener poca ropa. Así tardábamos menos en quitárnosla.

Le respondí al mensaje. "Fóllame como lo has hecho hace una hora y te doy un paseo por toda la galaxia si hace falta".

Lo último que recuerdo es que volvió a dedicarme su sonrisa de medio lado antes de volver a introducirse en mí.

0 comentarios: