miércoles, 9 de junio de 2010

Se lavaba el pelo cada mañana. Y nunca (pero nunca) usaba secador. Le gustaba que el viento se colara en su espacio vital para hacerle cosquillas en la nuca. Disfrutaba con los pequeños placeres de la vida. Se perdía delante de una taza de chocolate bien caliente. A ella le sonreían las bicis rojas (y las azules y las blancas). Un chico desconocido le sonreía en mitad de la calle los días impares. Dibujaba con el dedo meñique el recorrido de un avión en mitad del cielo. Le gustaban los puestos de flores del centro de su ciudad y que el mar se tomara la licencia de emborrachar cada una de sus esquinas. Ella sueña con una cabaña en en algún lugar de Nueva Zelanda y con que un chico le de una nota a la salida del metro (caliente, claro... Y sin azúcar. Sin aliento...). Y, a veces, algún que otro jueves (cuando la luna toca el cielo) desnuda su cuerpo (y su alma) para que el chico de las rayas azules la dibuje. Después llega la barra libre de los orgasmos compartidos.

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