martes, 22 de junio de 2010

No creía en el amor. Ni en las casualidades, ni en el factor sorpresa, ni en los besos a escondidas, ni en las miradas que enamoran. Por eso busqué algo en lo que empezar a creer. Y de todas las cosas a las que le podía rezar, me quedé contigo. Siempre me dijeron que a veces se perdía y a veces se ganaba. Pero yo estaba acostumbrada a ser ganadora. Siempre. Y tuviste que llamar a mi puerta para demostrarme que es cierto eso de que algunas veces se pierde. Contigo perdí mucho más que las granizadas de limón en las tardes de verano, mucho más que los versos susurrados a media tarde, mucho más que las estrellas que me traías cada noche a mi cama. Me perdí a mí misma... y te perdí a ti. Te llevaste mi sueño y mis ganas de dormir. Dejaste un hueco en mi cama y otro mucho mayor dentro de mí. Y no te imaginas cuánto duele. Las personas a las que realmente has amado son las que con el tiempo se convierten en cicatrices. Y ya sabes que según el tiempo que haga, la cicatriz escuece más o escuece menos. Y ahora, en este preciso momento, empieza a sangrar (otra vez).

En todo ese tiempo me olvidé que en lo único que realmente podía (y debía) creer era en mí misma. ¿Sabías que la nicotina sólo tarda siete segundos en llegar al cerebro y provocar sus efectos? Tú fuiste mucho más rápido... Nunca me doy cuenta de que la película ha terminado hasta que aparece un "The End" sobre fondo negro. Siempre espero que el protagonita vuelva a por ella. Siempre espero a que vuelvas a por mí.

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