miércoles, 15 de julio de 2015
A lo largo de la historia, no han sido pocos los intentos de definición del amor. He llegado a una conclusión muy sencilla. El amor no es más que encontrar aquello que, consciente o inconsciente, llevabas tiempo buscando. Durante mucho, me declaré en huelga y, posteriormente, en guerra. Era un muertealamor. Pero si cierro los ojos y respiro calmadamente, me descubro tiempo atrás buscando a alguien en las nubes, en el otro lado de mi almohada, en las arrugas de mis sábanas los sábados por la mañana, frente a mi café mañanero, en la ausencia de los tequiero, en los no besos en las clavículas, en los rotos de mi descosido, en las costuras que se ven y en las que no, en los maremotos intravenosos, en la efervescencia del momento. Siempre lo he estado buscando. O esperando.
Y de repente, apareces tú para poner mi mundo bocabajo, para replantearme todas mis convicciones, para hacerme ver que lo que arde fuerte como el fuego, acaba quemándote y de manera forzosa, lo tienes que alejar de tu vida. Para convertirte en mi sol de invierno, que calienta y reconforta sin quemarme hasta hacerme cenizas.
Apareces tú, para ser el súper héroe de los días de mierda, de los de las lentejas de mi madre, de las reuniones catastróficas, de las entrevistas que te hacen perder el tiempo, de los sinsentidos del minutero, de las canciones de Nacho que te atraviesan como mil cuchillos. Apareces tú para hacerlo todo más fácil: los silencios incómodos, los momentos de aburrimiento, el futuro, mis ataques de pánico, las noches de insomnio, los días inciertos, los suspiros al viento.
Tienes la capacidad de coger todas mi bola gigantesca de conflictos internos y reducirlas a la mínima expresión. Y todo con un simple beso en los párpados.
Creo que ni tú mismo eres consciente de la magia de tus dedos. Algún día te contaré cómo lo haces. Pero hoy no es ese día.